Como la posición de los realistas en defensa de Quito los hacía
muy difíciles de batir, el general Sucre tomó una determinación insólita:
ordenó atravesar la ciudad de sur a norte, en horas de la noche, pero escalando
los quebraderos del volcán Pichincha, a 4.600 metros de altura. A las nueve de
la noche comenzó el ascenso, y a las ocho de la mañana estaban los audaces
aventureros en la cima del Pichincha. Abajo estaba Quito; y sus pobladores,
unos 60.000, iban a ser testigos de la batalla que les daría la libertad.
Este enfrentamiento armado que tuvo lugar, el 24 de mayo de 1822,
en las cercanías de Pichincha (en la actualidad, en la provincia homónima de
Ecuador), y que supuso el principal avance en la liberación de Ecuador del
dominio español. Fue el resultado del fracaso de las conversaciones de paz con
el nuevo gobierno constitucional español, de signo liberal, que se negó a
aceptar la emancipación, al igual que antes lo habían hecho los absolutistas.
Tras la caída de Venezuela en poder de Simón Bolívar, el mariscal Antonio José de Sucre, fiel lugarteniente del
Libertador, acudió en ayuda de los sublevados contra los realistas del puerto
de Guayaquil, a los que venció en Yahuachí (1821). Al año siguiente, en
Pichincha, se produjo el combate entre las tropas independentistas del mariscal
Sucre y las tropas del jefe realista José Aymerich, a las cuales vencieron. Con
esta victoria, se completó la independencia del territorio que constituía la
República de la Gran Colombia, se abrieron las puertas de Quito y se hizo
posible la liberación del Perú.
Designado Sucre, para mandar el ejército que debía libertar el
Departamento de Quito de la dominación española, desplegó allí singulares dotes
de administrador, de político y de capitán, y por una de las más bellas
campañas que registra la historia militar del Nuevo Mundo completó la
independencia de Colombia con la victoria de Pichincha, obtenida en las faldas
del volcán de este nombre, no lejos del campo de batalla donde el último de los
Pizarros venció y dio muerte al primero de los Virreyes españoles, que intentó
proteger los derechos de una raza infeliz víctima de la conquista. Después de
dominar, no sin grandes esfuerzos, la brava resistencia de los Pastusos
obstinadamente adversos a la causa de la República, Sucre se trasladó a Lima en
desempeño de una misión diplomática, que, en verdad no pudo ser confiada a
persona más competente, como lo probaron luego los resultados obtenidos. Nada
menos que su tino y discreción, su entereza de carácter y su independencia de
juicio fueron necesarios en aquellas circunstancias para sacar ovantes los
intereses de la causa independiente, comprometida y aún puesta en último lugar
por las intrigas, las ambiciones desapoderadas y las rivalidades de círculo en
que a la sazón hervía la capital del antiguo virreinato. De allí marchó al Sur
a cooperar, al frente de una división colombiana, á las operaciones de la
campaña de Intermedios dirigida por el general Santacruz, y aunque previó en
tiempo el vergonzoso desastre que necesariamente debían producir las numerosas
faltas y errores cometidos por este jefe, sólo le fue posible salvar las tropas
de su inmediato mando, con lo cual prestó al Perú y a la América entera un gran
servicio, pues esas tropas fueron la base del nuevo ejército que debía reparar
más tarde tanta ineptitud y desconcierto. Encargado luego del mando de ese
mismo ejército por la ausencia del Libertador, que después de la victoria de
Junín se trasladó a Lima, maniobró por largos meses al frente del ejército
español, hasta llevarlo al memorable campo de batalla donde aquel terminó su
carrera.